El efecto de las toxinas y los cambios de temperatura a nivel cutáneo
La piel sufre mucho la penetración de toxinas que ingresan por los poros y pueden producir múltiples desequilibrios: desde la obstrucción de los poros, el aumento de la producción de grasa, inflamación, sensibilidad hasta su poca o nula oxigenación. Pero los efectos más nocivos que tienen la polución a nivel cutáneo, son dos: el aumento de radicales libres y el estrés oxidativo, y el debilitamiento de las barrera cutánea y su microbiota.
Como si no tuviera suficiente exposición a la polución, las condiciones climáticas como la humedad, el frío, el viento provocan sequedad, tirantez o irritación y las altas temperaturas hacen aumentar los niveles de ozono. En estos casos, la piel se debilita y pierde su capacidad natural para defenderse, lo que puede generar un aumento de los procesos inflamatorios, la sensibilidad y las irritaciones.
Si la epidermis es la primera línea de defensa de la piel, la microbiota es el segundo escudo protector. Se trata de microorganismos, billones de bacterias y microbios que conviven simbióticamente con nuestro cuerpo y son un eslabón clave en la regulación de la inflamación y la reparación de tejidos. Asimismo, su equilibrio y diversidad son vitales para el buen mantenimiento del mando ácido encargado de la síntesis de lípidos, así como la modulación del sistema inmune de la piel y la protección frente a patógenos externos, alérgenos, rayos solares y estrés oxidativo.
La principal consecuencia de un exceso de radicales libres en las células de la piel es la aparición de signos de la edad, desde manchas y arrugas prematuras, hasta una notable falta de firmeza. Por otro lado, si la barrera cutánea no funciona correctamente, la piel se verá afectada de distintas formas. Uno de estos efectos es la pérdida de agua transepidérmica, lo que se traduce en sequedad, rugosidad y líneas más marcadas, pérdida de elasticidad, aparición de imperfecciones o un cutis opaco y apagado.